dilluns, 18 de juny del 2012

A veces

A veces a uno le apetece que llegue el invierno, y que caigan las hojas, que se llene todo de un marrón seco y crujiente. Si, a veces a uno le apetece que cruja todo el suelo allá por donde pasa, y que la noche aceche suavemente con un fresco aire otoñal, o más bien que una penumbra rojiza, un ocaso largo y persistente dure toda la tarde, hasta entrar en un cine justo cuando se prende el alumbrado de las calles. Y ver una, dos, tres, cuatro películas de los años cincuenta, en blanco y negro, de tipos duros con sombrero y damas fatales de mirada penetrante que fuman cigarrillos sin parar. Para luego, cuando uno ya no sabe muy bien en que parte del tiempo vive, salir a la calle, ya muy de noche, con el suelo mojado y el barrio desierto, y volver a casa en un taxi amarillo. A veces a uno le apetece cambiar de sitio y de época, de estación y de latitud, de ropa y de zapatos, de pelo y de ADN. A veces, si, solamente a veces.