dilluns, 28 de març del 2016

El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, 2013)

Veinticinco años después de su obra maestra “La Tumba de las Luciérnagas”, Isao Takahata, ya un venerable octogenario, lo ha vuelto a hacer. Ha creado una obra intemporal sobre la vida y la muerte, una maravillosa película de animación, de una animación exquisita, simple y sensible, artesana, sin efectismos, una animación que va calando al espectador desde el primer minuto, desde esa luminosa rama de bambú que se abre para presenciar el milagro del nacimiento.
El cuento de la princesa Kaguya narra las vicisitudes de una princesa desde su más tierna infancia hasta su regreso al mundo de donde proviene. La historia se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera abarca la etapa infantil de la protagonista, en la cual priman la vida dentro del núcleo familiar y las relaciones con los aldeanos, siempre en un entorno de humildad y cercano contacto con la naturaleza, una naturaleza que se nos muestra viva, radiante, luminosa.
En la segunda parte la niña deberá asumir su condición de princesa y trasladarse a la ciudad, abandonando así sus amigos, su amada naturaleza y su infancia. El anhelo de esa infancia, de ese íntimo contacto con lo que le rodea, perdido por los protocolos y tradiciones impuestas debido a su nuevo estilo de vida, marcan esta etapa, así como todo lo que supone la adultez, las responsabilidades, las tomas de decisiones, las injusticias. Esto es algo exportable a cualquier contexto y condición a lo largo de la historia, lo que pienso hace de esta película una obra intemporal pese a tratarse de un cuento del siglo X sobre una princesa (El cuento del cortador de bambú). Lo mismo pasa en su final, marcado por el sentimiento de no haber podido concluir en la tierra muchas cosas pendientes, de no haber amado mucho más, y sobre todo del dolor que significa la despedida de los seres queridos.
Con una delicadeza y sensibilidad absolutas, tanto por el reflejo de los sentimientos de los personajes en el trazo, tanto por la como siempre espléndida banda sonora de Joe Hisaishi, El cuento de la princesa Kaguya le sirve de pretexto a Takahata para hablarnos de lo que supone vivir en este mundo. Una película adulta y para adultos, una obra de arte a la altura de las más grandes directores del séptimo arte, que lastimosamente les quedará grande a los que busquen entretenerse con dibujos animados que divierten con piruetas en tres dimensiones, y pasará por lo tanto inadvertida a gran parte del público.