diumenge, 9 d’agost del 2015

La Eternidad y un Día (Theo Angelopoulos, 1998)


Alexander (Bruno Ganz) está llegando al final de su camino, un final que no consiste en vaciar la casa, cerrar la puerta y listo, sino todo lo contrario. Uno debe atar todavía muchos cabos sueltos antes de partir, uno se deja muchas tareas por terminar, muchos recuerdos que merecen ser analizados aún, uno debe todavía ayudar a que el mundo sea un lugar un poco mejor, y sobre todo uno se deja muchas ganas de vivir. ¿Cuanto tiempo le queda a Alexander para intentar acabar su obra? La eternidad y un día.

Obra fundamental en la filmografía de Theo Angelopoulos, que nos habla de como el ser humano afronta la proximidad de la muerte desde un punto de vista humanista.

La película arranca en el inicio del último día de la vida se Alexander, escritor que deja una obra inacabada por no encontrar las palabras adecuadas para su final. Durante ese día conoce a un pequeño inmigrante Albanés, a quién decide ayudar. Dos personajes unidos por un destino incierto, los dos tienen miedo a lo que les depara el futuro, pero en estados vitales completamente distintos, dos personajes que se complementan y se comprenden mutuamente, el niño decide venderle palabras a Alexander para que éste acabe su obra, mientras que Alexander intenta que el chaval pueda salir adelante en el hostil mundo en el que le ha tocado vivir.

Cabe destacar el uso de la música (con el melancólico tema recurrente de Eleni Karaindrou), la fotografía y los flashbacks, los cuales se integran perfectamente en los largos planos secuencia en los que Alexander viaja al pasado. Un pasado marcado por la luminosidad, el sol, el blanco de las casas de Grecia y del vestido de su mujer, que contrasta con el permanente paisaje gris y neblinoso del presente.

En definitiva maravillosa película, profunda, bella y poética, eso si para los amantes del cine pausado de Theo Angelopoulos.