Alexander (Bruno Ganz)
está llegando al final de su camino, un final que no consiste en
vaciar la casa, cerrar la puerta y listo, sino todo lo contrario. Uno
debe atar todavía muchos cabos sueltos antes de partir, uno se deja
muchas tareas por terminar, muchos recuerdos que merecen ser
analizados aún, uno debe todavía ayudar a que el mundo sea un lugar
un poco mejor, y sobre todo uno se deja muchas ganas de vivir.
¿Cuanto tiempo le queda a Alexander para intentar acabar su obra? La
eternidad y un día.
Obra fundamental en la
filmografía de Theo Angelopoulos, que nos habla de como el ser
humano afronta la proximidad de la muerte desde un punto de vista
humanista.
La película arranca en
el inicio del último día de la vida se Alexander, escritor que deja
una obra inacabada por no encontrar las palabras adecuadas para su
final. Durante ese día conoce a un pequeño inmigrante Albanés, a
quién decide ayudar. Dos personajes unidos por un destino incierto,
los dos tienen miedo a lo que les depara el futuro, pero en estados
vitales completamente distintos, dos personajes que se complementan y
se comprenden mutuamente, el niño decide venderle palabras a
Alexander para que éste acabe su obra, mientras que Alexander
intenta que el chaval pueda salir adelante en el hostil mundo en el
que le ha tocado vivir.
Cabe destacar el uso de
la música (con el melancólico tema recurrente de Eleni Karaindrou),
la fotografía y los flashbacks, los cuales se integran perfectamente
en los largos planos secuencia en los que Alexander viaja al pasado.
Un pasado marcado por la luminosidad, el sol, el blanco de las casas
de Grecia y del vestido de su mujer, que contrasta con el permanente
paisaje gris y neblinoso del presente.
En definitiva maravillosa
película, profunda, bella y poética, eso si para los amantes del
cine pausado de Theo Angelopoulos.
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