Selena era una diminuta hormiga en un mundo vasto, gigantesco, inabarcable. Aún siendo un insignificante bicho, no dejó de impresionarme durante todo el tiempo en que me fijé en ella. La primera vez que la vi se estaba peleando con una cáscara de pipa que la doblaba en peso y tamaño. No creo que haya ningún nutriente ahí dentro, le insinué. Más tarde descubrí sus verdaderas intenciones, cruzar la charca y alcanzar la pradera. Ella era así, valiente y segura de si misma, siempre luchaba sin cesar para cumplir su objetivo, y una vez cumplido, empezaba a pensar en el siguiente sin descanso alguno. Me sorprendió aquella filosofía de vida, acostumbrado como estaba yo a meditar cada paso y quedarme absorto tomando el sol, reflexionando sobre mi alrededor. Decidí seguirla, anotar sus pasos, ser su cronista. Me llamó desde un principio la atención la naturalidad con la que superaba los desafíos más complejos para alguien a priori tan poco dotado para ello. En ocasiones los planes no le salían del todo bien, se resbalaba y se despeñaba desde grandes alturas, se mojaba o se llevaba un zapatazo que la dejaba coja de dos o tres patas. Sin embargo volvía a levantarse, comprobaba sus desperfectos, y al verse en condiciones seguía su camino tan feliz, con el mismo garbo y la misma determinación.
Ella desconfió de mi desde el principio, aunque nunca transmitió ningún signo de molestia hacia mi. Supongo que en el fondo le agradaba un poco de compañía después de tanto tiempo andando sola. Decidió independizarse durante un traslado de la colonia, antes del seco y caluroso verano. Una inacabable fila de hormigas recorría ordenadamente todo el trayecto. Selena avanzaba con las demás cargada de materiales de construcción a sus espaldas cuando pregunto a la compañera que la seguía, Que vamos a hacer en la nueva colonia? Lo mismo que en la anterior, pero con mayor eficiencia, le respondió. Fue entonces cuando soltó la carga y rompió la fila campo a través.
Pese a la dificultad que entrañaba a veces el seguimiento, lleno de saltos, carreras, huidas y chapuzones no deseados, disfrutaba analizando sus peripecias. Uno podría llegar a la conclusión que Selena se movía simplemente por afán aventurero. Nada más lejos de la realidad. Ella perseguía una especie de ideal utópico, romántico, algo así como estar en equilibrio con todo ese inmenso mundo que tanto le costaba comprender. Para hacerlo lo recorría de arriba a abajo todo lo posible, asumiendo sus riesgos e intentando averiguar qué motivaba a todos los seres con los que se iba encontrando a actuar como lo hacían. Y siempre encontró justificación para esos actos, incluso para sus más temibles enemigos, y el conocer esas motivaciones le ayudó también a evitar esos peligros.
La única acción que no comprendió fue la que acabó con su vida, un absurdo e intencionado pisotón. Había salido más o menos indemne en otras ocasiones gracias a su pequeño tamaño, pero esta vez el agresor se ensañó arrastrando el pie a conciencia y nada pudo hacer Selena.
Era solamente un bicho insignificante, pensó el hombre seguramente con razón. Y éste siguió su camino. Sonó el timbre de la factoría y los trabajadores fueron entrando en fila de a uno para fichar. Cuando llegó a su puesto su superior le estaba esperando. Martinez! Se le traslada al sector 7G. Que voy a hacer allí?, preguntó. Lo mismo que aquí, pero con mayor eficiencia.
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