A veces mientras te escucho, cuando me transmites tus inquietudes con vehemencia, siento la agonía de quien se encuentra perdido, a contracorriente, luchando en un mundo excesivamente complejo, absurdo y litigante. En esos momentos querría huir, alejarme, esconderme, un halo de cobardía y desesperanza me envuelve. Por alguna razón soy muy capaz de torear mis angustias y anhelos pero los tuyos me parecen particularmente dolorosos, quizás porque siempre te he asociado a la alegría de vivir, a la energía positiva.
Afortunadamente, al cabo de un rato y una vez relativizado el problema, sigo atento a tus explicaciones y empiezo a recrearme, me regocijo con tus gestos, tu manera de exteriorizar las emociones, la forma en que mueves las manos y empiezas a reorganizar objetos de la mesa, como si de su orden partiera el equilibrio necesario para ti.
Yo supongo que pasado un tiempo consigues una cierta paz porque todo suele acabar en un largo silencio, fumándote un cigarrillo, mientras yo analizo tus palabras intentando comprender situaciones extrañas para mi. Es entonces cuando sueles preguntar por mi vida, soltando algo parecido a ¿Y tú que tal?, y en ese momento todas mis vicisitudes, las que me atormentan y no me dejan dormir, o las que soporto más o menos bien pero las llevo a rastras día a día, todas ellas, me parecen insignificantes, por vulgares, por manidas, por aburridamente eternas, por pasadas de moda. Así que el resultado a tu pregunta siempre suele ser un poco apasionado y mentiroso, Bien!.
Nunca sé si sufres mucho o simplemente lo echas todo fuera sin contemplaciones y sin fijarte a donde va. A menudo tengo la sensación de que soy para ti una especie de depuradora, o una esponja benefactora capaz de absorber todos tus fantasmas sin inmutarse, y eso me reconforta porque sé que te ayuda, aunque yo no haga absolutamente nada.
El futuro es incierto, te percibo como algo volátil, etéreo, pese a demostrarme repetidas veces que siempre estas ahí, quizás es solamente una percepción personal equivocada, y así lo espero. Cuando nos despedimos tengo la sensación de que no nos volveremos a ver, no sé porqué. Puede que seamos dos almas estancadas en un mismo espacio y lugar, buscando su camino, haciéndose compañía hasta el día de su partida.
Hasta que no llegue ese día seguiré escuchando atentamente tus curiosas historias de conspiradores, tus desahogos con más o menos sentido y tus entrañables pero complicadas vivencias. Puede que ocasionalmente, cuando me preguntes ¿Y tú que tal?, realice algún ejercicio de catarsis parecido a los tuyos, pero siempre tímidamente, no vaya a ser que dejes de pensar en mí como un ser imperturbable y pacificador.
Brutal!!!! Pero si escribes de puta madre!!!!
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