divendres, 24 de juny del 2011

Dogville (Lars von Trier, 2003)

Las principales cualidades de Dogville para mí, son la construcción de los personajes, su evolución durante la historia, y las innumerables lecturas que se pueden sacar de los acontecimientos y las acciones de dichos personajes. Es lógico por tanto que partiendo de esta premisa todo lo relacionado con la escena en sí misma, decorados, fotografía, efectos especiales no tenga demasiada importancia. Pero Lars va más allá, y prescinde casi totalmente de todo lo ajeno a los actores, dejando un solo escenario puramente teatral. Se puede discutir si esta decisión es acertada o no, pero lo que en mi opinión es indiscutible es el resultado, una magnífica lectura sobre la naturaleza humana, en concreto sobre la peor cara de ella. Y lo hace de una manera directa, cruda, y sin concesiones, sin adornar nada, siguiendo la misma filosofía por tanto que en el aspecto visual.
Personalmente no he echado de menos una escenificación mayor, como no lo hago cuando voy al teatro. Alguien dirá, pues entonces ¿para qué hacer una película?, pero precisamente la grandeza del cine reside en poder adaptarse a todos los formatos, desde minimalistas puestas en escena a superproducciones inundadas de efectos digitales.
Grace (Nicole Kidman), una bella fugitiva, llega a un pequeño pueblo (Dogville) para encontrar refugio. Los habitantes del pueblo la aceptan, a cambio de pequeños trabajos. Lo que al principio parece una relación idílica entre ellos pronto degenera a medida que los vecinos de Dogville se dan cuenta que pueden abusar impunemente de su nueva inquilina debido a su delicada situación. La radiografía de bajezas humanas que se dan cita a partir de entonces es digna de analizar, auque eso si, siempre escudadas en alguna más o menos rebuscada justificación para limpiar la conciencia.
El final, ciertamente impactante, nos hace reflexionar también, y cierra una obra redonda además de una de las propuestas más interesantes que ha dado el cine en los últimos años.

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