Y es que el calificativo de joya no puede ser más acertado, pues estéticamente nos encontramos con una belleza apabullante en cada uno de los fotogramas. La cámara de Parajanov muestra colores de una viveza inusual cuando es necesario, o se torna gris cuando la escena lo requiere. La cámara gira, sube, baja, camina, se mete entre zarzales, sobrevuela los tejados, o simplemente se queda estática si es necesario. El folclore representado en pantalla contribuye a la sensación de estar viendo una obra de arte, junto con la poética puesta en escena que acompañan todos los episodios de la película.
Ciertamente el argumento de la misma peca de sencillez, algo poco importante cuando nos entra algo por la vista con tanto esplendor, aunque un inconveniente para los que busquen algo más.
La historia cuenta las vivencias de Iván, habitante de un antiguo pueblo con una cultura ya casi extinguida, en la zona de los Cárpatos. El guión gira entorno al amor entre Iván y Marichka, pertenecientes a familias enfrentadas y que se aman desde niños.
La recreación de dicha cultura, sus fiestas, bodas, entierros, oficios, música, junto con la virtuosa fotografía en todos los planos, hacen la visión de esta obra toda una experiencia, única e imborrable en la memoria.

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