diumenge, 23 d’octubre del 2011

El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011)

Lo primero que llama la atención de El Árbol de La Vida dejando a parte aspectos argumentales, es su asombrosa belleza en cada uno de los planos, su preciosista y delicada manera de mostrar las imágenes. Malick utiliza lenguaje visual para transmitir emociones de una manera que poquísimos realizadores serían capaces de conseguir hoy en día, e incluso me atrevería a decir a lo largo de la historia. La ternura con la que se muestran imágenes de la infancia, o la sensación de grandeza en las distintas secuencias del universo y la madre tierra son un buen ejemplo de ello. La música acompañante destaca igualmente, acrecentando aún más las percepciones descritas.
Pero El Árbol de La Vida es mucho más que una bonita sucesión de planos, pues es una película que refleja la vida misma, la muerte, la naturaleza, nuestra relación con el universo y con nuestra fe. Respecto a esto último, si bien es cierto que la película tiene una clara ideología religiosa, y concretamente cristiana, no hace alegoría de ello en ningún momento, de manera que el espectador puede conectar plenamente con la historia sin sentirse ideológicamente desconectado, o al menos esa fue mi impresión.
La trama gira entorno a una familia en la América de los años cincuenta, formada por padre, madre y tres hijos. La relación entre los miembros de la familia y la asimilación de la muerte de uno de los hijos es el pretexto que usa Terrence Malick para elaborar este poema sobre la vida de de ciento treinta y ocho minutos de duración.
Dicho este último, es fácil de entender que esta obra resulte un auténtico suplicio para los que entiendan el cine como un entretenimiento para no pensar en otras cosas, y una delicia para los amantes del séptimo arte entendido como eso, un arte.
Obra maestra que el paso del tiempo pondrá sin duda en su sitio.

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