divendres, 29 de gener del 2010

Teodoro y la isla

Teodoro agarró con fuerza la popa de la barca y empujó con todas sus fuerzas mar adentro, hasta que el agua le cubrió medio torso. Saltó entonces hacia el interior, apretó los dientes y no paró de remar hasta que sus brazos empezaron a temblar. Un par de espumeantes olas de tamaño considerable llenaron ligeramente de agua la embarcación, pero a partir de una cierta distancia de la playa el mar estaba relativamente llano, y pudo izar la vela con tranquilidad.

No era la primera vez que Teodoro se hacía a la mar. No es que le faltara de nada en su isla. La isla es su hogar, y se siente seguro allí, tiene una extensión suficientemente grande como para perderse entre sus recovecos, y todavía le quedan lugares poco o nada visitados por él mismo. Además, la isla es siempre cambiante, casi se puede decir que nunca se repite el mismo paisaje, aunque haya estado ahí muchas veces antes, o aunque tan solo mire hacia atrás por el camino recorrido.

Mirando hacia el norte, desde cualquier punto de la isla, se puede divisar un trozo de tierra, otra isla quizás, o puede que el apéndice de un gran continente. Sin esa referencia exterior, Teodoro nunca se hubiera planteado si quiera construir una barca, pero su estimulante presencia hacía casi inevitable su pronta exploración.

La primera vez que Teodoro se dirigió hacia ese inexplorado lugar, era un día claro y soleado, las gaviotas planeaban con desparpajo y eso le pareció a Teodoro un buen augurio para navegar. Fue avanzando lentamente ayudado por una suave brisa, que le acariciaba la cara y suavizaba el calor del sol. Hasta que llegó un momento en que su isla se veía tan pequeña como el nuevo territorio. En ese momento Teodoro pensó que si seguía adelante, pudiera ser que le costara volver hacia atrás con garantías en caso de necesidad, y se dijo a si mismo:

- Ahora se que puedo hacerlo, no es difícil. Ya volveré en otro momento. Y se volvió hacia la isla.

Sucesivamente, Teodoro intento volver hacia el territorio inexplorado en unas cuantas ocasiones más, pero siempre, cuando llegaba a ese lugar, en donde lo conocido se entremezcla con lo desconocido, encontraba alguna razón para volver a su isla:

- Es fácil, puedo hacerlo cualquier día, pero hoy no es ese día, no me apetece. Pensó en una ocasión.

- No se me ha perdido nada allí, volveré cuando me aburra de mi isla. En otro de sus intentos.

- Seguro que no hay nada nuevo ahí, además parece que empeora el tiempo. Y regresó otra vez.

Pero una vez en la isla se le llenaba el alma de desesperanza, y se sentía decepcionado de si mismo. Entonces empezaba a planificar la siguiente expedición, y a realizar mejoras en su barca, para así no tener excusas que le hicieran tirarse atrás.

Así que ahí teníamos a Teodoro una vez más, en su barcaza, bien preparado, avanzando a toda vela hacia lo desconocido. Este día tenia que ser el definitivo y el era consciente de ello.

- Hoy voy a llegar, sin duda, no voy a parar hasta el final.

Y llegó nuevamente a ese punto, donde el mar es más azul y más profundo que nunca, donde las olas parecen llevar una botella en cada cresta, con un mensaje por descifrar.

Y Teodoro empezó a dudar nuevamente, y la duda le consumía, se había prometido no volver bajo ningún concepto, y pensaba, y dudaba… hasta que llegó un momento en que la indecisión se cebó con el, y su cerebro empezó a reblandecerse hasta quedarse dormido. Durmió durante horas, mecido en su barca por el mar, arropado por el sol.

Cuando despertó había regresado una vez más a su isla, como si nada hubiera ocurrido. A lo lejos, se seguía viendo la tierra desconocida, como siempre. Sin embargo, algo era sensiblemente distinto. Ahora su isla era más grande que antes, más extensa, había zonas en las que Teodoro nunca estuvo antes, o al menos no se había percatado de su existencia.

Teodoro siguió intentando llegar a la tierra desconocida en muchas más ocasiones, y aunque no consiguió llegar nunca, hubo un momento que su isla creció tanto y tanto, que ya dejo de motivarle adentrarse en lo desconocido con su velero.

Fue entonces cuando desmanteló su barca, y con la madera hizo una mesa, cuatro sillas y una cama. Y con la vela hizo sabanas, manteles y cortinas. Y aún le sobro madera para encender un fuego, y aún le sobro tela para escribir, junto al fuego, esta historia.

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